
Vocación heredada
La labor diaria de la doctora Elena Rusiñol, oftalmóloga especialista en cirugía refractiva y glaucoma, culmina el círculo vital y profesional que iniciaron hace casi 50 años sus padres. Rafael Rodríguez y Eulàlia Rusiñol se conocieron y enamoraron mientras estudiaban medicina. En 1976, meses antes de casarse, abrieron su primera consulta oftalmológica. Tras dos décadas de intensa dedicación profesional, inauguraron en 1996 la Clínica Oftalmològica Rubí.
Ahora, desde hace algunos años, sus dos hijas forman parte de una clínica que merece con creces el calificativo de familiar. La hija mayor, Laura, contribuye desde la parte gerencial y administrativa. La menor, Elena, desde la vertiente médica. Sin embargo, las piezas tardaron en encajar. Así nos lo aclara Elena: «Mi hermana tenía muy claro que no quería estudiar medicina. Mis padres le insistieron: ‘Hombre, con todo lo que tenemos… esto es para vosotras’.
Y yo pensé: ‘Si no lo hace ella, tendré que ser yo'».
Aun así, Elena confiesa que al principio tampoco tenía clara su vocación. Solo empezó a sentirla cuando tuvo los primeros contactos con los pacientes, ayudando a su padre en alguna cirugía puntual. «Ver la emoción de personas con miopías altas que nunca habían visto bien, cuando les recuperas la visión, es muy satisfactorio». De hecho, se emociona recordando la primera vez que ayudó a su padre a operar una retina. Hasta entonces había seguido operaciones viéndolas solo en la pantalla. «La primera vez que te pones los binoculares, sostienes la lente y ves lo que es una retina… es un valle enorme de color rojo con un punto amarillo que parece la luna. Realmente es como estar en el espacio. Recuerdo aquella sensación de decir ‘qué guay que he decidido hacer esto'».
Una vez terminada la carrera de medicina y el MIR, tuvo que elegir dónde hacer la residencia. La persona delante de ella tomó la última plaza en Cataluña. Tenía que decidirse entre Burgos o Mallorca y no lo dudó: «No conocía Mallorca y aquellos cuatro años fueron una gran experiencia. Además, aproveché para sacarme el PER y disfrutar del mar». Al regresar de Mallorca, hizo un máster en el IMO (Instituto de Microcirugía Ocular) y se especializó en operar glaucomas, cataratas y córneas.
El año que terminó la residencia fue a Etiopía con sus padres dos veces, en febrero y en noviembre. La primera vez, su padre le enseñó cómo se operaba antes, de manera muy manual. Entonces sintió que los pacientes la habían ayudado porque había aprendido operándolos. En ese intervalo hizo el máster. Cuando regresó en noviembre, todo cambió: «La sensación entonces ya fue de estar yo ayudando a los demás porque ya había aprendido a hacer las cirugías. Aquello fue clave para reafirmar mi vocación».
Después de hacer el máster, trabajó en dos clínicas privadas, alternándolas con el trabajo que hacía en la Clínica Oftalmològica Rubí. Ahora, desde hace seis años, está solo en la clínica familiar y también trabaja en el Hospital de Viladecans. En este sentido, confiesa su orgullo por haber trabajado en otros lugares. «Yo sabía que mis padres me darían trabajo, pero trabajar fuera y que estén contentos ha sido una reafirmación muy importante».
En cuanto a la vertiente personal, una vez regresó de Mallorca, empezó a salir con quien ahora es su marido y se casaron dos años después. Ahora cumplirán una década de casados. Lo conocía desde hacía tiempo, porque era amigo de una vecina suya. Él tenía cinco años más. «Tenemos fotos de cuando yo tenía 13 y él 18 y él ni sabía quién era yo. Debía hacer unos 10 años que no lo veía cuando nos reencontramos. Mi amiga me dijo que estaba soltero, empezamos a chatear y mira, surgió el amor». Fruto de este amor han nacido tres niños, que ahora tienen ocho, seis y cuatro años.
Elena menciona el ambiente familiar y el trato cercano como principales virtudes de la Clínica Oftalmològica Rubí. Y destaca que la mayoría de pacientes vienen recomendados por alguien de su entorno, por el boca a boca. «Nuestra clientela forma una gran familia. He atendido a pacientes que conocieron a mi madre antes que yo. Y me dicen ‘Recuerdo cuando tu madre estaba embarazada de ti’. Y como me parezco bastante a mi madre, algún paciente mayor que hacía tiempo que no venía me ha llegado a decir ‘Doctora, ¿qué ha hecho?’. Y yo reía y les decía ‘No soy mi madre, soy su hija'».
También a nivel interno existe este ambiente sano y familiar. «Luci, la auxiliar, era la chica que nos cuidaba a mi hermana y a mí de pequeñas. Después, mis padres vieron que tenía muchas cualidades y empezó a trabajar en la clínica. De eso ya hace 41 años». La relación entre los padres y las hijas en el trabajo también fluye con armonía. Rafael y Eulàlia están encantados de ver que Elena ha heredado su pasión por la oftalmología. Como lo están también de ver la eficacia con la que Laura ha tomado el relevo de la gestión, permitiéndoles dedicarse al cien por cien a la oftalmología.
Respecto a su hermana, Elena es clara: «Mi hermana es como un ángel caído del cielo. Mis padres ya no tenían tiempo para ocuparse de la visibilidad en internet y otras tareas de gestión. Que mi hermana se incorporara para mí fue genial porque yo me encargo de la parte médica y ella de la organización. Parece cosa del destino que Laura, que no quería hacer oftalmología, sea una parte súper fundamental de la clínica. Al final todos trabajamos por la misma causa. Además, siempre he tenido muy buena relación con ella».